dime a quien amas y te diré quien eres

Jun 3, 2014


John Blanchard se levantó de la banca, aliso su uniforme de marino y estudio a la muchedumbre que hormigueaba en la Grand Central Station. Buscaba a la chica cuyo corazón conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en su solapa. Su interés en ella había empezado trece meses antes en una biblioteca de Florida. Al tomar un libro de un estante, se sintió intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas a lápiz en el margen. La suave letra reflejaba un alma pensativa y una mente lucida. En la primera página del libro, descubrió el nombre de la antigua propietaria del libro, Miss Hollis Maynell. Invirtiendo tiempo y esfuerzo, consiguió su dirección. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. Le escribió una carta presentándose e invitándola a cartearse. Al día siguiente, sin embargo, fue embarcado a ultramar para servir en la Segunda Guerra Mundial.

Durante el año y el mes que siguieron, ambos llegaron a conocerse a través de su correspondencia. Cada carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a nacer. Blanchard le pidió una fotografía, pero ella se rehusó. Ella pensaba que si el realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importar.

Cuando finalmente llego el día en que el debía regresar de Europa, ambos fijaron su primera cita a las siete de la noche, en la Grand Central Station de Nueva York. Ella escribió: «Me reconocerás por la rosa roja que llevare puesta en la solapa.» Así que a las siete en punto, el estaba en la estación, buscando a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía. 

Dejare que Mr. Blanchard relate lo que sucedió después:
«Una joven venia hacia mi, y su figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atrás en rizos sobre sus delicadas orejas; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios y su barbilla tenían una firmeza amable y, enfundada en su traje verde claro, era como la primavera encarnada. Comencé a caminar hacia ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su solapa. Al acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvo sus labios. -Vas en esa dirección, marinero?’ murmuró. Casi incontrolablemente, di un paso para seguirla y en ese momento vi a Hollis Maynell, estaba parada casi detrás de la chica. Era una mujer de más de cuarenta años, con cabello entrecano que asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante llenita y sus pies, anchos como sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo.»

La chica del traje verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la mujer cuyo espíritu me había  acompañado tan sinceramente y que se confundía con el mío. Y ahí estaba ella. Su faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un destello cálido y amable. No dudé mas. Mis dedos afianzaron la gastada cubierta de piel azul del pequeño volumen que haría que ella me identificara. Esto no seria amor, pero seria algo precioso, algo quizás aun mejor que el amor: una amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido. Me cuadré, saludé y le extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentía que, al hablar, me ahogaba la amargura de mi desencanto. Soy el teniente John Blanchard, y usted debe ser Miss Maynell. Estoy muy contento de que pudiera usted acudir a nuestra cita. Puedo invitarla a cenar? 
La cara de la mujer se ensanchó con una sonrisa tolerante.
No sé de que se trata todo esto, muchacho, respondió, pero la señorita del traje verde que acaba de pasar me suplicó que pusiera esta rosa en la solapa de mi abrigo. Y me pidió que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta esperando en el restaurante que esta cruzando la calle. Dijo que era algo así como una prueba!
No es difícil entender y admirar la sabiduría de Miss Maynell. La verdadera naturaleza del corazón se descubre, en su respuesta, a lo que no es atractivo. «Dime a quien amas,» – escribió Houssane- y te diré quien eres.»
angelered.com

No es la apariencia lo que cuenta. Una persona «hermosa» por fuera puede ser una persona completamente vacía o amargada por dentro. Quizás antes de juzgar a los demás por su aspecto, mejor colocarnos delante nosotros de un espejo y vernos con los ojos de los desconocidos que nos miran. 
Verán muy posiblemente a una persona de lo más normal, alta o baja más o menos rellenita o flaca y con un atuendo que les parezca más o menos acertado. Si hablan con nosotros podrán entonces valorar si les gusta como nos expresamos y quizás algún valor. ¿Somos «eso» nosotros? Nuestra capacidad de amar, de ser generosos, nuestra sensibilidad a la naturaleza, música, a todo lo creado no se percibe… y tampoco se percibe en los demás. Para mí es hermosa una persona por su interior… no por su envoltorio. Si una persona es hermosa por dentro …por fuera también lo es para los ojos que ven y no solo miran. 
De hecho, ya está bien así… quien se fija solo en el exterior mejor que no nos haga perder el tiempo a los «normales» que  vamos por el mundo con otros criterios.


Te propongo un juego. Te aseguro que el librito en cuestión es una bomba emocional. Es un librito que a pesar de su crudeza te deja un muy buen sabor de espíritu. ¿Que tal si te lo regalo? ¿Qué tal si después de leerlo lo comentamos? Siempre se ha dicho que ven más muchos pares de ojos que un par sólo.
Mándame tu correo electrónico y yo te hago llegar mi tsunami particular. 
Además, con este juego, lograremos contactar personas anónimas que…vete a saber lo alejadas o cercanas que estamos geográficamente.
 Me ayudarás, si aceptas, a poder dar. Te estaré agradecida, pues no se puede disfrutar del placer de dar si no hay nadie dispuesto a recibir. Sea este momento el inició de una larga amistad o la continuación de nuestro contacto anónimo te deseo un feliz y provechoso día amig@
antahkarana.cercleterapiesnatu@gmail.com

terapia de Reiki a distancia y relajaciones para inducir el sueño y regenerar el organismo gratuitas