Asociación Antahkarana

La lealtad se puede comparar con una tienda de valiosisimos jarrones de porcelana cuya llave nos ha confiado el amor. Cada uno de esos jarrones es bello porque es diferente. De la misma manera que son diferentes entre sí los hombres, las gotas de la lluvia o las rocas que duermen en las montañas. 
A veces, por culpa del tiempo o de un defecto inesperado, una estantería se suelta y cae. Y el dueño de la tienda dice- He invertido mi tiempo y mi amor en esta colección durante años, pero los jarrones me han traicionado y se han roto. El hombre vende su tienda y se marcha. Se vuelve solitario y amargado, y piensa que nunca más va ha poder confiar en nadie.
Es verdad que hay jarrones que se rompen: el pacto de lealtad se ha destruido. En este caso, es mejor barrer los trozos y echarlos a la basura, porque lo que se rompió nunca más volverá a ser como era. Pero la estantería otras veces se suelta a causa de cosas que están más allá de los designios humanos: puede ser un terremoto, una invasión enemiga, un descuido de alguien que entró en la tienda sin fijarse.
Hombres y mujeres se culpan unos a otros por el desastre. Dicen- Alguien tenia que haber visto que esto iba a suceder. O bien- Si fuera yo el responsable, habría evitado ese problema. Nada más falso. Todos nosotros estamos atrapados en las arenas del tiempo, y no tenemos ningún control sobre esto.
El tiempo pasa, el nuevo dueño de la tienda arregla la estantería. Pone en ella otros jarrones que luchan por encontrar su lugar en el mundo. El dueño, que entiende que todo es pasajero, sonríe y dice- La tragedia me ha dado una oportunidad, y procuraré aprovecharla.
La belleza de una tienda de jarrones de porcelana está en el hecho de que cada pieza es única. Pero, al ponerlas una al lado de la otra, muestran armonía y reflejan juntas el sudor del alfarero y el arte del pintor.
Cada una de esas obras de arte no puede decir: Quiero que me pongas en un lugar destacado para salir de aquí- Porque en el momento preciso en que esto suceda se convertirá en un montón de trozos sin ningún valor. Y así son los jarrones, y así son los hombres, y así son las mujeres.Y así son las tribus, y así son los barcos, y así son los árboles y las estrellas.
Cuando lo entendamos, podemos sentarnos al final de la tarde al lado de nuestro vecino, escuchar con respeto lo que tiene que contar y decirle lo que necesita escuchar. Y ninguno de los dos intentará imponerle sus ideas al otro. Además de las montañas que separan a las tribus, además de la distancia que separa los cuerpos, está la comunidad de los espíritus. Formamos parte de ella, y en ella no hay calles pobladas de palabras inútiles, sino grandes avenidas que unen lo que está distante, aunque de vez en cuando haya que reparar los daños que el tiempo ha provocado en ellas.
Así, la mujer nunca mirara al amante que regresa con desconfianza, porque la lealtad ha acompañado sus pasos. Y el hombre que ayer era un enemigo, porque había una guerra, hoy podrá volver a ser un amigo, porqué la guerra se acabó y la vida continua. El hijo que se marchó regresará a su debido tiempo y será rico por la experiencia adquirida en el camino. El padre lo recibirá con los brazos abiertos y les dirá a sus siervos- Traéd de prisa la mejor ropa: y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y alpargatas en los pies, porque este hijo mío estaba muerto y revivió, se habia perdido y ha sido allado.
El manuscrito encontrado en Accra- Paulo Cohelo