¿Qué es un milagro?
Podemos definirlo de varias formas: es algo que va contra las leyes de la naturaleza, es una intercesión en momentos de crisis profunda, son sanaciones, visiones y encuentros imposibles, es que alguien nos ayude a esquivar a la Dama de la Guadaña. Todas esas definiciones son verdaderas. Pero el milagro va más allá: es aquello que de repente llena nuestros corazones de amor. Cuando esto sucede, sentimos una profunda reverencia por la gracia que Dios nos ha concedido.
Por tanto Señor, el milagro nuestro de cada día dánoslo hoy. Aunque no seamos capaces de notarlo, porque nuestra mente parece estar concentrada en grandes hechos y conquistas. Aunque estemos demasiado ocupados con nuestra rutina diaria como para saber de que modo han cambiado nuestros caminos.
Danos el milagro que, cuando estemos solos y deprimidos, tengamos los ojos abiertos y podamos observar la vida que nos rodea: la flor que nace, las estrellas que brillan en el cielo, el canto distante de un pájaro o la voz cercana de un niño.
Que podamos entender que hay ciertas cosas tan importantes que es necesario descubrirlas sin ayuda de nadie. Y que en este momento no nos sintamos desamparados.
Que podamos seguir adelante a pesar de todo el miedo, y aceptar lo inexplicable, a pesar de nuestra necesidad de explicarlo y entenderlo todo.
Que comprendamos que la fuerza del amor reside en sus contradicciones. Y que el amor se conserva porque cambia, y no porque permanece estable y sin desafíos. Y que cada vez que veamos que se exalta lo humilde y que se humilla lo arrogante, podamos también ver en ello un milagro.
Que cuando nuestras piernas estén cansadas, podamos caminar con la fuerza de nuestro corazón. Que cuando nuestro corazón este fatigado, podamos aun así seguir adelante con la fuerza de la fe.
Que podamos ver en cada grano de arena del desierto la manifestación del milagro de la diferencia, lo que nos alentará para aceptarnos como somos. Porque del mismo modo que no hay dos granos de arena iguales en el mundo, tampoco hay dos seres humanos que piensen y actúen de la misma manera.
Que podamos tener humildad a la hora de recibir y alegría en la de dar.
Que podamos entender que la sabiduría no está en la respuesta que recibimos, sino en el misterio de las preguntas que enriquecen nuestra vida.
Que nunca nos sintamos atrapados por las cosas que creemos conocer, porque en realidad poco sabemos del Destino. Pero que eso nos lleve a comportarnos de manera impecable y a utilizar cuatro virtudes:valor, elegancia, amor y amistad.
Del mismo modo que varios caminos llevan a lo alto de la montaña, hay muchos caminos para poder alcanzar nuestro objetivo. Que podamos reconocer el único que merece la pena recorrer: aquel en el que el Amor se manifiesta.
Que antes de despertar el amor en los demás, podamos despertar el amor que duerme dentro de nosotros mismos. Sólo así podremos atraer el afecto, el entusiasmo, el respeto.
Que sepamos distinguir entre nuestras luchas, las luchas hacia las que nos vemos empujados en contra de nuestra voluntad y las que no podemos evitar porque el destino las puso en nuestro camino.
Que nuestros ojos se abran que veamos que nunca vivimos dos días iguales. Cada día trae un milagro diferente, que hace que sigamos respirando, soñando y caminando bajo el sol.
Que nuestros oídos también se abran para escuchar las palabras adecuadas que surgen de repente de la boca de nuestros semejantes, aunque no hayamos pedido consejo y ninguno de ellos sepa qué pasa en nuestra alma en ese momento.
Y que, cuando abramos la boca, podamos no solo hablar la lengua de los hombres, sino también la de los ángeles y decir – Los milagros no contravienen las leyes de la naturaleza, pensamos de esa manera porque,en realidad no conocemos las leyes de la naturaleza- Y que en el momento en que consigamos conocerla, podamos entonces bajar la cabeza en señal de respeto y decir- estaba ciego y ahora puedo ver. Estaba mudo y ahora puedo hablar. Estaba sordo y ahora puedo oír. Porque obraron en mi las maravillas de Dios, y todo lo que creía perdido ha regresado.
Porque así se obran los milagros. Descorren el velo y lo cambian todo, pero no nos dejan ver lo que hay más allá del velo. Nos hacen escapar ilesos del valle de las sombras y de la muerte, pero no nos dicen por qué camino nos condujeron hasta la montaña de la alegría y de la luz.
Abren puertas que estaban cerradas con candados imposibles de romper, pero no usan ninguna llave.
Por tanto, Señor, danos hoy el milagro nuestro de cada día. Y perdónanos si no somos capaces de reconocerlo.
El manuscrito encontrado en Accra- Paulo Cohelo